"Más de cien pupilas donde vernos vivos", Más de cien mentiras, por Joaquín Sabina.

28 mar 2010

Mi dietario irregular (XXVI): Abominado


Esta es una de tantas historias de persecución. Yo, Tau de rec, soy el perseguido. El joven de las rastas negras y anteojos, el sabueso. Hoy, les pido por favor, vayan ustedes con el fugitivo de turno. En todo caso, trataré de ponerles de mi parte con palabras. Les sitúo: Barcelona, el Triangle, FNAC, planta segunda, esquina de novela española e hispanoamericana con novela extranjera. 14 y 06.

El detective es descuidado, piensa en cómics, vive en un cómic. Además del pelo y las gafas, reconózcanlo por su siniestro chaleco de operario de rampa, franja horizontal amarilla, fondo verde. Él todavía no me distingue de la muchedumbre, pero en su placa logro averiguar, fugazmente, su apellido: Bufarull.

Llevo años haciendo esto, no se lo voy a poner fácil. En un espacio de veinte metros cuadrados, deberá ser rápido e invisible para echarme el guante: mis escondites están en las paredes, en las estanterías, y mis cómplices serán nombres tan ilustres como Bioy Casares, Roberto Bolaño o Milan Kundera. Son impagables, me ofrecen mundos por donde huir a cambio de nada.

14 y 12. Una vez hecha mi primera toma de contacto con el terreno y mis potenciales aliados, ya me sé observado. Efectivamente, se ha fijado en mi, soy uno de los cinco o seis ejemplares diarios que se estancan en el ambiente, que usan sus mundos de forma ilegal, que el joven del chaleco se encarga de atrapar implacablemente. El visitante no debe estar más de cinco minutos en una sección, esa es la premisa.

Se acerca. Hora de escapar. En la estantería central me espera un aliado como pocos. Julio Cortázar, con su metro noventa y largo y su dominio de las calles porteñas y del subsuelo de París,es mi escudero perfecto. Tomo en mis manos un Salvo el crepúsculo maravillosamente fuera de lugar y me mezclo con su lírica aprosada. Bufarull no va a lograr seguirme por Corrientes ni por Montparnasse, ni se va adentrar en los pameos ni en las meopas. Como dice el título, nadie, salvo el crepúsculo, recorre ya este camino.

14 y 19. Tranquilo, decido salir de mi refugio. El del chaleco tarda un par de minutos en darse cuenta de mi nuevo deambular. Se acerca, decidido a aplastarme. Pero no tengo miedo, he visto ya varios candidatos más a protegerme. Elijo, ya en extranjeros, a Pessoa, por encima del afilado Baily, del celebérrimo Auster y del maestro de maestros, un Borges que me ofrecía su Aleph para concebirlo todo y me iba a escoltar, troglodita y homérico, hasta la ciudad de la vida eterna si yo lo hubiera querido. Pessoa, ya transformado en Soares, me ha ocultado entre el desasosiego, ha montado durante casi veinte minutos una telaraña inabarcable de pensamientos que no dejaba entrar a Bufarull. Yo lo veía desde dentro, seguro pero irremediablemente desasosegado.

14 y 40. Casi acabo huyendo del mundo de Soares, y eso me ha hecho salir a la superficie con tanta fuerza como descontrol. Resultado: voy de cara hacia mi captor, al que tengo que esquivar con un giro hacia, de nuevo, la literatura española e hispanoamericana. Sé donde meterme, y aunque diligente, soy ahora, en el espacio último de mis entrañas, temeroso y delgado. Frágil. Aun así, cegado y voraz, agarro el toro por los cuernos. Bolaño, 2666. Sé de él algo, poco o mucho, ya me ha defendido de este mundo con Los Detectives Salvajes, pero esto es infinito. Ando a la búsqueda de Von Archimboldi con ese perro mordaz y testarudo que es el chileno, que llama a la historia "puta sencilla" y que me hace sentir enano, diminuto, pero terriblemente poderoso y feo. Abominable.

15 y 03. Algo me arranca de Santa Teresa y el universo Bolaño: otro fugitivo que desiste y huye definitivamente del lugar, rodeado. El efecto colateral que sufro es perverso. No sólo he perdido para siempre el hilo de 2666, sino que ahora a Bufarull le ayuda otro galgo de barba de chivo y chaleco maloliente. Recurso rápido. Un poco de Vila-Matas para tener tiempo para pensar. No me sirve de mucho, porque su Dietario Voluble es poco etéreo y sé que sólo me defiende ese imponente apellido compuesto. Así que hago un cambio rápido y me desmarco hasta una esquina, letra B. Sigo sin usar a Baily ni a Borges, tampoco a Benedetti, pero encuentro una joya de otro señor de las letras sudamericano. Bioy Casares me lleva hasta otro mundo inventado, el de Morel. Y yo, qué remedio, soy el fugitivo. Casi un siglo de huida me sirve para talar mis pensamientos y deforestar toda mi mente. Estoy definitivamente loco, reptando por una isla donde todo es una ilusión y donde voy de cabeza al desastre. Logro escapar, con una sensación divertida pero dolorosa, orgásmica y, por lo tanto, sumamente descontrolada.

Una parte de mi, entonces, quiere releer El viejo y el mar. Necesita un poco de Hemingway para sosegar, para beber y para pensar mucho y en frases cortas. La otra necesita seguir con la droga, un poco de Orwell. Volver a un año, 1984. Lo que sí convienen las dos partes es que debo escapar hacia otro mundo. Casi sin quererlo, llego a una edición, bien atractiva a la vista, de cuentos de Robert Louis Stevenson. Busco, volviendo a la niñez adrede, un tesoro y una historia de piratas. La releo calmado, placentero. Luego me asalta la bestia y yo salto a Londres. Soy el Doctor Jekyll y soy Mister Hyde. Sigo bipolar, vamos. Vuelvo a Barcelona, FNAC. Son las 15 y 30.

Ya llegan, su estrategia ha funcionado bien y me tienen acorralado. Sigo en la novela extranjera, justo debajo de Stevenson. Ahí está el suicida Toole para darme cobijo. Él y pocos más entienden que, solos, nos sometemos a La conjura de los necios, así que no tengo dudas de que será un valladar, al menos durante unos minutos. Acompaño a su fenomenal protagonista, Reilly, por las todavía vivas calles de Nueva Orleans, y me empieza a caer bien el tipo y de repente me encantaría tomarme algo con él. Pero salgo, salgo ya, porque los hombres del chaleco verde no son dignos de entrar a esta ciudad mágica y, ciertamente, están a punto de hacerlo.

15 y 38. Llego tarde a bordo, pero no me importa, primero tengo que huir de aquí, a ser posible con un botín. Hay que terminar el juego a lo grande. Mi estrategia es arriesgada: Milan Kundera y La insoportable levedad del ser. Una genial compañía que no sé si encontré ya en Buenos Aires o fue aquí, en esta misma ciudad, me recomendó este mundo para marcharme definitivamente. Allá voy.

15 y 50. Qué agobio, qué indescriptible agobio. Por un momento, me he olvidado de la vida, de la huida y sólo he tenido presente la persecución de mi propia esencia por mi propia esencia. Kundera me ha vencido, pero también me ha ayudado. Como si de una barrera electrificada se tratara, Bufarull y compañía no han metido un pelo en un radio de cinco metros. Y yo, yo estoy exhausto y no sé ni donde vivo, pero la avaricia me puede y quiero dar un golpe, el último. Si al menos pudiera acudir a mi mochila, donde el Macondo del Gabo me espera, para mi tan vivo y claro y conocido como la palma de mi mano. Si pudiera acudir a mi carpeta, a la Historia Argentina de Fresán, que se reiría tanto y tanto de Bufarull y compañía. Pero no puedo, requeriría una maniobra tosca y contraproducente sacar a relucir esos mundos que ya son míos, privados. Decidido, el último golpe será sorpresivo y aturdirá a mis terribles captores.

¡Ja! Esto no se lo esperaban. Gutiérrez Aragón, La vida antes de Marzo. No voy, como quizás era de esperar, en la ruta Bilbao-Nueva York-Bilbao, sino en la Bagdad-Lisboa-Bagdad. Eso sí, enseguida me descoloca este tren. La conversación de los dos tipos me exalta, me tumba y me anestesia, e incluso me hace llorar por dentro. Mis captores no están por los pasillos del tren, por lo menos. Pasados diez minutos, empiezo a pensar que subir en este ferrocarril ha sido una decisión con consecuencias tan entrañables como macabras. Efectivamente, el tren se acerca a Atocha, pararemos en Madrid. En el andén, mis dos captores conocen mi vagón. No lo veo, pero suben y se dirigen a mi, tremebundos. Me agarran por la espalda y me giran sin piedad.

-Perdone, ¿quiere algo?


Me han pillado, he abusado y lo pago ahora, desterrado de cualquier atisbo de cordura, lejos del hogar y del Galatea. -Sólo estoy mirando, gracias. Respondo desalmado, triste y carente de mi sano juicio. Mis ojos, perdedores y desorbitados, los asustan y se van, confundidos. Pero mis captores, ahora cobardes, me han pillado, han cumplido su misión indefectiblemente, como la cumplirán dentro de un par de horas con el siguiente. Me han condenado, estoy señalado, crucificado, sentenciado. Abominado.

16 y 05. Voy a salir de este inmenso laberinto. Pero voy a salir con la cabeza alta, aún tengo fuerzas para una treta póstuma. Un regalo para mi hermana, la familia es lo primero. Necesito un mundo de mujeres, y un mundo amplio, con trenes, maletas y nómadas. Mejor imposible, al lado de Bolaño y su novelón está, agazapada pero con la melena al viento, Soledad -qué ironía- Puértolas, proponiéndome un mundo de Compañeras de Viaje. En tres minutos, hojeo su desternillante y cálido planeta, y me decido, justo cuando vuelve hacia mi el del chaleco.

Cuando llegue a casa, algún día, a mi hermana le gustará el regalo, se lo daré y le estaré dando un instante de felicidad. Vale la pena. Ahora, que no sé si esto es lo real o lo otro, voy a ir ramblas abajo, al puerto. Me espera el Galatea. Eso sí, primero tendré que sobrevivir a Bufarull. Vestido ahora con el traje de luces, espada en mano, se perfila para darme la estocada final. Pero yo soy Tau de rec, soy un miura. Que se atreva...


Tau de rec, loco en 360 grados, de permiso en Barcelona.


"Olvida la visión del terciopelo azul".

2 comentarios:

  1. Maleta en mano y ojos fijados en el camino, esta Compañera de Viaje confirma que el libro ha sido todo un éxito. Cautivador y envolvente, al igual que este artículo que nos traslada a un mundo paralelo donde su autor es reino y señor, donde nadie más que él es capaz de absorber la atención de todo aquel con quien toma contacto.
    Como crítica a buena obra, dos palabras sencillas pero con mucha fuerza: BRAVO MAESTRO!

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No les pido que sean benévolos conmigo, sólo que sean respetuosos entre ustedes y con el mundo. ¡Gracias!