"Más de cien pupilas donde vernos vivos", Más de cien mentiras, por Joaquín Sabina.

9 oct 2010

Mi dietario irregular (XXXIX): ¡¡Come in through my bathroom window!!


He wear no shoeshine, he got/monkey fingers, he got/ coca cola, he say/ i know u, u know me/ one thing I can tell u is u got to be free.


Bonita vida. Como quien dice: bonitos zapatos, o: bonita melena, bonita. El helicóptero, el ventilador, hace ese ruido que no podía olvidar Martin Sheen. ¿Hacía aparecer Conrad al personaje de Duvall o es una creación de Coppola? Si lo es, ¡tremendo surrealismo! ¡Surf! ¡Tenía ganas de hacer surf!

El ventilador cada vez va más rápido, y me imagino agarrado a él, a una de las aspas, quiero decir. Imagínense: me caería, digo yo. Tanto peso.

Cocker está en pausa. ¿Dónde dio aquel concierto de los 70, el que aparece en Spotify? ¿Cómo se movía? ¿Vieron cómo se movía? El valor de un artista sube cuando esdevè un quadre. Cocker se transforma en dadaísta, provocando. Haciendo ver que toca. Toca en el aire: el piano, la guitarra, el bajo. Está gordo, orondo. Pero se mueve así, sin vergüenza. ¿Quién no tiene ganas de imitarle? ¿Quién no tiene ganas de imitar a Jagger? Desde luego, Cocker las tiene. ¿Va más allá?

Yo tengo ganas de imitarlos a ambos. ¿Soy alguno de ellos? ¿Soy Cocker? Me conformaría.

¿Qué pretende Hemingway con ese gran pescado? ¿Pez espada? ¿Joyce con Molly? Hoy leí que Muñoz Molina aprendió sobre los laberintos del receptor a partir de Don Isidro Parodi. ¡Si levantaran la cabeza Borges y Bioy! ¿Pretendían ser útiles? Fracasaron... ¿Fracasaron? Sí, fracasaron: era una burla lúcida, pero el receptor ¿llegó a ella? ¡Muñoz Molina descubrió el laberinto del lector! ¿La burla?

¿Sabían Bioy y Borges cómo se desarrollaban sus novelas? Los problemas de Don Isidro... ¿los planeaban? Me encanta pensar en esta última posibilidad que diré: ¿se turnaban los párrafos? ¿Joyce fumaba mucho?


Queda agua en la botella. Me agobio. Google. Buscar. "Cualquier...", ... "cualquier"... ¡NO! Correspondencia de Gil de Biedma a Ángel González, página 228, Lumen. Vía Google: "todos los gatos son metáfora". Grito. Recuerdo Ulls de gat mesquer, y Banga.

Recuerdo sus ojos. Recuerdo el cosquilleo, su aliento. ¿Se puede quedar uno en un lugar para siempre, Perec?, ¿En un momento? La tentativa de agotar ese lugar... ¡no era fija! ¡Qué desilusión! Perec, yo creo que me puedo quedar allí. Eternamente, sí.

¿Señor Churba?

Bebido, pero con total intencionalidad: Idmón es un amargado. Un listillo, siempre por los pelos. Lleva bigote. Orfeo es un tarado, pero algo sabio. Algo, no mucho. Heracles, otro amargado, la caída del héroe. ¿Medea? ¿Es el centro, o es la trama, o es...? ¡Euridamante es la joya, el Gran juego! Es lamentable: son una sola voz. ¿Dónde queda el Café de artistas? ¡¿Es Medea el libro?!


Qué charrúa, cachavacha,/ qué penal que te han cobrao!". Trato de identificar los versos etílicos:
¿"Puede que sí, pero no empujen"? ¡Es el 28 de 30, quizás ya lo necesitó: bebió!

¿"Xochimilco es Venecia sin palacios,/ Buenos Aires París en duermevela"? Sí: esta la pongo porque habla de Buenos Aires. ¿A quién le molesta?

¿Por qué huele así este libro? ¿A ti?

De pie, pensando en la siguiente frase que hay que escribir, inconscientemente me toco los huevos. ¿Es Llach clásico? Clásico en el sentido de Griego. Tiene un Kavafismo; o un verso ovidiense, ¡no! Mucho más derrotista. Un verso visceral.

¿Asistiré al día del triunfo de la víscera? ¿¡Cómo será ese día!? Mortal. Final. ¿Inicial? No, quizás no.

Hay caras en esa primera orla. Caras en la segunda. Caras, también en la tercera. ¿Hay segunda? No, es ficción.

¿Tú lo sientes, ese deseo?

¡¡¡¡She came in through the bathroom window!!!! And though she thought I knew the answer/ Well, ¿I knew? But Icuold not say ¡¡¡¡¡And got myself a steady job!!!!! ¡¡¡¡¡And though she tried her best to help me!!!!! ¡¡¡¡¡She could steal but she could not rob!!!!! ¡¡¡¡¡¿Didn't anybody tell her?!!!!! ¡¡¡¡¡¿Didn't anybody see?!!!!! Sunday's on the phone to Monday, Tuesday's on the phone to me ¡Oh yeah!

Se acerca. Inocente, con su esprai, quizás guardado. Se acerca, tal vez no quiera, pero se acerca. ¿El pantalón le queda siempre así? ¿Es un suéter, es una blusa? Qué más da: ahora es una diosa, quizás tenga derecho a poseerla por un instante, si hay posesión. ¡Esa cara! ¡Cómo si fuera inocente, cómo si no lo intuyera como yo lo intuyo! ¿Esos ojos, adónde miran? ¿Realmente está ausente, o en otro lado? ¡No! Está aquí. Si digo acá, ¡más! Su esprai, tan cerca de ahí, de esas playas que HAY QUE CONQUISTAR... qué digo, tan cerca...¡tocándolas, bañándolas, las orillas!
La hace tan inocente. Ella, tan niña, con su blusa de mora, con su cara abstraída, con su víscera, ¡entregada! Su aliento...

¡¡Tarde!!

Es toda una mujer, o más. ¡No! ¡Es una musa!

No quiero más política, quiero mi entrega. Entregarme.
Suena el helicóptero: Yira; yira. ¿La vida es greda? ¿Estoy piantao?
Seguiría hasta la infinidad, así de borracho.
I like, pam pam pa pam; Birds.

Tau de rec. ¡¡¡Come in through my bathroom window!!!!

5 oct 2010

Mi dietario irregular (XXXVIII): À la diable


Ambos tenemos un componente dionisiaco idóneo para conocer Berlín. Lucimos un estilo cojo y un temperamento agudo, saltamos de imperfección en imperfección y caemos en el despropósito y en lo menos lúcido con frecuencia. Incluso nos gusta revelar esa condición como el ingrediente secreto de nuestro agradable errar. Como no podía ser de otra manera, la víscera fue la culpable de nuestro encuentro con la ciudad adolescente.

Los aviones son tierra de misceláneas, con sus almas puras y su gente guapa, pero también con sus polizones y cuerpos extraños. En un vuelo hacia Berlín, te encuentras a recatadas señoritas angelicales que guardan bajo llave una mandrágora y también a sugerentes nereidas de chándal y rastas. Te toparás con aparentes tablas de madera cegadas de miedo y también con simpáticos ogros de esos que se asean en el baño del aeropuerto. Viajarás con ancianos de traje, bussinessmen que tratan de alejarse del suelo que un día serán, y también con niños estridentes que parecen anunciar sus planes de vida en la lengua de Tlön.

Todo eso se cumplió.


Como los aviones, los trenes son una especie de barómetros del suicidio. Si te mueves en ellos y no sientes ninguna emoción, vale la pena empezar a buscar un final digno. Los trenes añaden el componente pre-laberíntico: tienen un solo camino pero nos muestran una cantidad determinada de paradas, de entradas al enigma, a ese misterio que es la ciudad. Y si te despistas, te encuentras con una primera panorámica desafiante: te has perdido nada más empezar, y lo ves todo demasiado lejano. Si aquí ya no sientes nada, es que ya te suicidaste.

El tren también nos ocurrió.


Si entras en una ciudad y empiezas a sentir el acoso de lo anagnórico, prepárate para lo que pueda venir. En ese sentido, Berlín te guiña un ojo malicioso a cada esquina: un semáforo cómplice en unos intensos cuatro segundos, un restaurante italiano que esconde las pizzas del menú, un edificio que te pregunta How long is now. Es una ciudad para ser poco confiado, tiene la pinta de haber tintado todas las cámaras del Gran Hermano y parece tan libre que hasta su agradable frescor matinal levanta sospechas.

Luego, las previsiones se cumplieron.


Las señales siempre tienen un sentido. Si desafías el libertinaje del centro judío de Berlín rompiendo una de sus pocas normas, lo pagas. Si agujereas uno de sus Verboten, te lo mereces. Es decir, que haces caso omiso a uno de los dos vestigios más famosos del Berlín soviético, si cruzas en rojo, la ciudad se tornará en una gentil berlinesa con un vestido del color de la pasión. Vendrá, paseando un perro manso y grande, y te golpeará con un codo en el ojo. Y tú no te pararás a pensar en el tacto que podría tener ese antebrazo radiante, no. Pensarás que, de haber esperado unos segundos al otro lado de la acera, no te habrías cruzado con la poderosa ciudad. Que, por cierto, al fin y al cabo, es alemana.

La cartografía sólo es una concesión de la ciudad, por lo que debes tener cuidado con los mapas. Si una calle con un destino deseado está oculta, no irás. Si una redonda rodea un edificio, irrevocablemente irás, ya sea un bar, un parque, una puerta o un hospital.

Si descubres que un laberinto es una penitencia de una ciudad avergonzada, nadie te prohibirá que lo utilices para correr, saltar y hacer peripecias. Si quieres aparecer y desaparecer en él, lo harás; si deseas coger en él, será posible hacerlo; si quieres aprovecharlo para reírte de tu laberíntica existencia, te será sencillo. Pero cuando menos te lo esperes, la ciudad se revolverá con resquemor y engañará a tus ojos. Y harás pie en el aire, y te enfrentarás a una caída sin fin. Y la alevosa ciudad te atará un brazo a la espalda para que te sientas desequilibrado e incompleto.

Si te dicen que don't be affraid if you see soldiers, no temas, porque la cosa será menos seria de lo que parece. La ciudad te habrá llevado de un laberinto a otro, y ya no estarás perdiéndote con agilidad en su monumento de la penitencia. Ahora estarás en la parodia de tu propio purgatorio, un hospital militar donde la ciudad se transformará en recepcionista, en estatua, en agua con gas, en café barato. La ciudad te gastará una broma alucinógena durante horas, y te hará hablar en alemán y ser viejo y cascarrabias. Te abandonará a tu suerte a ratos y te observará desde su laboratorio, y también te invitará a entrar en su broma, con sillas de ruedas cuadradas, tecnologías punta desconectadas y fantasmagóricos pasillos sin fantasma tras la esquina. Si le sigues el rollo, te empezarás a reconciliar con la ciudad a base de juegos y maldades de adolescente.

Todo esto, figurada o físicamente, estaba escrito que pasara.



Si codo con codo transformas las nocturnas calles de la ciudad en una ruta de misterio, Berlín se compadecerá de ti. Llegarás a tu hostal y ella habrá dispuesto a seis chicas en tu habitación. Todas somnolientas, quién sabe si alguna de ellas soñadora, te harán una inmóvil compañía en tu retiro forzoso. Así, te sentirás menos ermitaño mientras la ciudad celebra su más viva bacanal, que tanto suena y tanto se prolonga.


Paradójicamente, empezarás a cobrar conciencia de tu simbiosis con la ciudad cuando cierres los ojos. En tu primera noche en la ciudad, soñarás con ella, y repetirás las conversaciones de la jornada, y revivirás su recibimiento, sus bromas y sus preguntas inquietantes. Hablarás en tu lengua y en otras, quién sabe si serás capaz de responder una cuestión en alemán.


Durmimos por fin, tras un día para ser narrado.



La ciudad te despertará pronto. Te preparará butacas y panes para hacerte suyo, te atiborrará y te untará hasta que te entregues. Y será implacable: te mostrará su médula espinal grafiteada, su historia más amarga para hacerte comprender.


Ya entregado, te moverás al son que ella marque. Serás un Zapata perdido y cómodo en un bloque abandonado, porque ella te dará a entender que es tuyo. Mirarás con otros ojos, de presente y de pasado, para ver una mujer sinuosa tras una faz sombría, para buscar un hotel, o unas oficinas, o unos pisos entre esas paredes forradas de esprai. Llegarás al final de tan herrumbroso camino y encontrarás una cruz de carboncillo y un arcángel en tirantes. Y tirarás al suelo el símbolo y te ganarás el agradecido infierno en el que ya estás, y tu rostro será negruzco y peludo a partir de entonces.

Tendrás placeres profanos. Verás, porque la ciudad te lo servirá, un fútbol de lo más berlinés: de lo más joven y cosmopolita, de Friedrichs y Hyppias, pero también de Barnettas, Subotics, Almeidas, Olics y Sahins; de mal defender y ligero ataque, de Mannschaft ya no tan futurista.

Y, ¡ah!, Berlín te pondrá en contacto con alemanas que hablan castellano a cambio de una ensalada, valencianas que hablan un perfecto alemán y bellezas berlinesas que harán leve la espera con frases hechas sin sentido y una tez morena sin par.

Berlín te dará incluso la oportunidad de redimirte, y te aceptará en su ayer aberrante laberinto, que hoy acoge la fiesta del Volk con una sonrisa triste, pero sonrisa al fin y al cabo.

Sucedió en otro orden, pero así.



Cuando la ciudad dormite, tendrás que huir. Estarás obligado, porque hay otras ciudades más dueñas de ti. Huirás sin desearlo. Todo sucederá rápido y te pillará disperso, te moverás con la pulsión de Joe Cocker, volverás a las tierras volantes del tren y del avión, y viajarás con otra gente tan confundida como tú: escritores secretos de poemas que forman puzzles, venus de perfil, divas escondidas y viajantes varios, Gente Común que conforma un espejo burlón de ti hace unos días. Y aterrizarás, y notarás un suelo con otro carácter, con otras formas. Y reconstruirás Berlín con aprecio.


Así fue como llegamos de nuevo a Barcelona. Uno herido como por un quebrado efecto de la fenixología que permite a los dos gemelos ser momentáneamente inmortales. No detecto el momento en que lo fuimos, pero estoy seguro de ello.

Llegamos del mismo modo que nos habíamos marchado. Todo fue muy à la diable, nos llevó la inercia.


Tau de Rec, arrediós.