"Más de cien pupilas donde vernos vivos", Más de cien mentiras, por Joaquín Sabina.

7 ene 2013

Los sueños de ayer

Ahí estaba, con su familia, en los últimos segundos de este mundo. Nunca había soñado que se acababa el mundo, pero sí que había muerto muchas noches. Y, al contrario de lo que suele decir la gente, él no se despertaba en el momento en que el golpe, el atropello o la enfermedad lo mataba, allá en el sueño. Solía experimentar el dolor último, la explosión y también la libertad de la muerte.


La realidad, que aguardaba áspera en la vigilia, había logrado imponer algún componente suyo en la ensoñación del chaval: el mundo terminaba, él estaba con su familia... en su empresa. Claro, que había pasado de ser un simple edificio de oficinas a ser una eterna galería semisubterránea, una letanía de búnkeres que correspondían a sendas marcas o departamentos de la empresa. En el sueño también estaba el gato. De hecho, había otros gatos, casi más gatos que personas.

La noticia de que en los primeros búnkeres ya había sucedido el Apocalipsis (¿quién informaba?) no se recibió en la sala con toda la solemnidad que la ocasión requería. Más bien al contrario: tal y como marcaba la agenda, iba a dar comienzo una reunión entre la directora de postventa, un business partner, un par de personas más y él mismo, que se quejaba con la intensidad habitual, no mayor ni menor, solo que esta vez el motivo de queja era el mismísimo Día de la Bestia. Tras un par de minutos, alguien lo escuchó y, alborotados, todos se enfrentaron a la próxima expiración a su manera.

Ya cogidos de las manos, a lo largo de la pared de la redonda sala, el soñador y sus familiares esperaban la inminente llegada del fulgor último. Él, sin ninguna razón aparente (no tenía especial miedo, sí curiosidad), era el único que se había puesto de cara a la pared. Y llegó el final.

Fue breve. Una tromba de agua y un descomunal soplido de fuego entraron en la sala y todos murieron en el acto. Su última sensación fue la de un gran golpe, cálido quizás por los efectos del recuerdo del segundo anterior a su muerte, con el fuego arreciando, en los sentidos. Fue algo como explotar y dejar de existir.

Ya muertos y desintegrados, casi todos se dedicaron a recorrer los vericuetos de aquellas galerías y a comentar cosas de los muertos que se encontraban. Él buscaba a su gato, pero no dejaba de encontrarse a otros muy parecidos que, fantasmas ahora, jugaban, dormitaban con parsimonia o se lamían insistentemente el lomo. Solo Bruce Willis y un tipo cualquiera habían sobrevivido al Fin de los Tiempos, escondiéndose en el agujero que había en mitad de la sala circular y enrollándose en un gran tubo esponjoso negro que, según sintió el que soñaba, tenía algunas propiedades mágicas.

En ese punto, medio despertó el chaval. Luego se volvió a dormir y soñó otro complejo y estrambótico sueño, pero el que más le había impresionado de la noche había sido el primero -el del fin del mundo fue el segundo, soñado ya por la mañana-. En éste, una chica que él conocía en el mundo de la vigilia, ligeramente cambiada en aspecto y comportamiento, acababa por hacerle varias felaciones apretando bastante los labios contra su sexo cada vez que lo hacía circular por su boca. Todo eso después de una larga conversación, o más bien una alternancia de monólogos de ella y de él sobre cosas variadas como lo bueno, las relaciones, las intenciones y las mujeres. Era destacable la percepción que el soñador tuvo de los discursos de ella, que siempre empezaban en un tono más que intenso, de diatriba, y terminaban siendo una reflexión no solamente sabia y sosegada: hasta seductora. Previamente a todo eso, su mejor amigo y otros dos personajes a los que no ponía cara le habían recomendado encarecidamente las felaciones de su amiga en sendas visitas breves, hechas con el único propósito de comunicarle tales habilidades. Saludaban, lo decían entre gestos de aprobación y se iban.

Al despertar, ya al mediodía, el soñador quedó dando vueltas al hecho de haber experimentado cómo era morir por enésima vez en territorio del sueño, y luego recordó la imagen de su falo saliendo de la boca de la chica, y luego la parte en que él le hablaba a ella de los tipos de mujeres. Con ello, retomó una teoría sobre las mujeres lunares, solares, terrícolas y marcianas, clasificación que ya había pulido en sus fueros internos varias veces, pero que nunca lograría recordar si se le ocurrió por primera vez en el sueño o en la vigilia. Sobre la chica del sueño, que en las horas previas había sido entre sexual, marciana y algo lunar, se dio cuenta de que nunca había sabido demasiado, a pesar de todo. Me refiero a ella en la vigilia. Tenía la certeza de que tenía poco o nada de terrícola, y no terminaba de atreverse a aventurar si era solar o lunar. 





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