"Más de cien pupilas donde vernos vivos", Más de cien mentiras, por Joaquín Sabina.

14 jul 2010

Mi dietario irregular (XXXIII): Vacaciones en Shangri-La


Escribo desde una habitación de hotel bastante sencilla: paredes azules, un ventanal grande más por alto que por ancho, un armario de carísima madera de boj y un colchón áspero y demasiado blando. Incluye un par mantas y una toalla, todo naranja. Este mes estoy de vacaciones bien lejos. Relajo mi mente en Shangri-La, no había dinero para más.

Shangri-La es tal y como la describía James Hilton en su Horizontes perdidos. Con ese aire crepuscular a todas horas, hace más rosadas las caras y más confortable la visión de las sonrisas ajenas. Las calles, de adoquín y mala hierba, están tan cerca de las nubes que el recepcionista jura haber visto a un gigante barbudo haberlas tocado de un salto. "Brincó a la pata coja", me comenta una vez tras otra, entusiasmado. Los edificios son de pueblo, con ventanas con rejas anchas y porticones de madera roída. Las campanas suenan bien y el clima, aunque siempre bien soleado, es más bien fresco, e incluye un rocío mañanero más que agradable. Por la calle, los tibetanos me han comentado que a poco más de medio día de camino se halla el infierno, pero que si quiero ir me tengo que abrigar. No lo recomiendan, en cualquier caso: este pequeño pueblo reconforta, es ciertamente un paraíso en las alturas del Himalaya.

En el hotel esperaba encontrarme con Joaquín Sabina y su enemigo íntimo Fito Páez, pero nada de nada. Sólo encontré un anciano parecido al primero en la barra de la cafetería del hotel, y también un graffiti en la calle de atrás de la frutería con la frase a medias Si volvieran los dragones. A cambio -me gusta suponer-, he topado con varios músicos, a veces arremolinados en el pub de Shangri-La para escucharse los unos a los otros por turnos, a veces repartidos en las esquinas de la parte más añeja del pueblo, haciendo versiones los unos de los otros.

Al principio no me di cuenta, porque vi a Andrés Calamaro interpretando Helter Skelter, cosa que me pareció normal. Tampoco fue extraño encontrarme a los Beatles al lado del cine en plena versión de Maggie's Farm, pero sí me alertó, y mucho, escuchar la voz de Mick Jagger de fondo... ¡cantando el Strange Fruit de Billie Holiday! A partir de entonces he asistido a breves recitales de esquina de todo tipo: Bunbury y el Mack the Knife de Armstrong, Armstrong y el Born to Run de Springsteen, en incluso al Boss cantando el Aquellas pequeñas cosas de Serrat a golpe de guitarra y con un acento perfeccionado hasta el límite de lo aprehendible.

Los músicos no son mayoría, aunque hasta ahora mi relato así lo refleje. No habrá más de dos docenas, quizás ni eso. Aquí lo que reina son los escritores: hay tantos como habitaciones tiene el hotel, que ocupa una manzana y tiene tres pisos. He podido entablar conversación con muchos de ellos, y me he encontrado menos soberbia de la que suponía en esta especie. Mi vecino de la puerta de enfrente es Jacinto Antón, un loco de todo lo que huela a aventura y a viajes. Me cuenta que no tiene un clavo -es periodista-, y que suele acercarse aquí en moto o en zeppelin, según la temporada. Sus historias son entretenidas, mucho. Y variadas. Un día te sale con Thor Heyerdahl, el moderno vikingo que cruzó el pacífico en una balsa de madera, la Kon-Tiki, y al siguiente te recita un poema de Ruyard Kipling y te lo relaciona con el Sudán de Las cuatro Plumas. Es divertido y agradable, y terriblemente apasionado. Lo único que le falta es mala leche.

De eso tiene mucho Fedor Dostoievski. A parte de escucharlo pisar el suelo con rabia y golpear el armario de su habitación -contigua a la mía-, he hablado con él varias veces en el pub. Mientras él se emborracha y yo también, siempre se queja de su penosa existencia, de los problemas que tiene. Dice estar en un mal momento: su mujer o su amante o algo así ha muerto o lo ha abandonado. No suele hablar del todo claro, pero eso me ha dado a entender. El otro día, mientras bebíamos junto a Tom Waits, nos contaba que ha empezado a reescribir Crimen y Castigo, pero que por las tardes está plasmando una parte de su biografía en papel. "Tiene que estar para noviembre", nos dijo. Acto seguido, Waits subió al escenario para recitar A supermarket in California de Allen Ginsberg y reproducir el Last days of the suicide kid de Bukowsky, e imitar finalmente el The train de Lord Buckley. Esta última parte de la actuación me enervó, y parece que a Fedor también: se trasladó al casino. Dostoievski es adicto al juego, y cada noche visita al azar para arruinarse más. Nuestros desanimados diálogos siempre terminan con un "me largo a Ruletenburgo" del ruso.

Pero con quien más hablo es con Josep Pla. Me parece un tipo íntegro, quizás demasiado inteligente en algunas ocasiones. Su clarividencia lo sitúa muchas veces por encima del resto, pero él está convencido de que es como todos, y tiene que aparentar. A veces quedamos para pasear, y es increíble la capacidad que llega a tener este hombre para fijarse en las conductas y convertirlas en sistema y aplicarles sus argumentos. Con los detalles, lo mismo: si lo cotidiano tuviera propietario, sería él. Fue Pla quien me advirtió de que Dylan siempre estaba dando tumbos o en el pub, en la mesa de Faulkner y Hemingway y Joyce, y no al lado del escenario con los músicos. Pero la cosa no queda ahí: fue él también quien se dio cuenta de que Faulkner era extrañamente escueto y bebía como una lima, mientras Hemingway se alargaba en sus intervenciones y mostraba una sobriedad nerviosa. Pla me puso al día sobre las paradojas de la vida y me animó a enriquecer mi pensamiento pensando en catalán. "Ja saps, el pensament anglès és el que és, així com el castellà són figues d'un altre paner: amb el català tres quarts del mateix", comentaba. Pla es quizás el más autocrítico de todos, "i per tant el més egoista", como siempre recuerda él. También es melancólico, como los suramericanos, sólo que él extraña el mar y ellos, la patria.

Me corrijo. Los suramericanos -cuento también a los mexicanos, aunque no lo sean- y Pla echan de menos lo mismo. Sus patrias, las emocionales. Lo aclaro ahora porque recuerdo uno de esos tan anárquicos coloquios que presiden Borges y Cortázar. Aquella tarde, en el borde de una carretera, estaban todos sentados mirando hacia la ladera, y conversaban mirando al horizonte. Que presidían Borges y Cortázar lo digo porque intervenían más y mejor que nadie. También estaban los altivos Bolaño y Piglia, y el más ensimismado Bioy Casares. Más a la suya, pero entre los dos, estaban García Márquez y Vargas Llosa. A la izquierda del todo, Arlt, Forn y Fresán intervenían con cierta cadencia, junto al invitado de lujo, un muy ágil Enrique Vila-Matas, que fue precisamente el que apuntilló el tema de las patrias.

Lo había sacado, cómo no, Cortázar, que habló de la distancia y de los globos verdes que vuelan en su imaginación para definir la patria. Pausado y poderoso, mentó lo subjetivo de su acotada descripción, y animó a Vila-Matas a completarla. Éste lo hizo con maestría, esto es, dejando huecos en su explicación pero haciendo énfasis en lo emocional de las patrias. Habló de las sensaciones que nos provocan, del importante papel que tienen los recuerdos en esta reacción, y clavó el final con los dos pies, con una metáfora divertida. "La magdalena del colega Proust", comentó burlón, bajando la voz y señalando hacia el hotel, "la magdalena es una patria".

Ahora que lo pienso, Cortázar tiene todo el aspecto que me describe el recepcionista sobre el hombre que toca las nubes a brincos. Altísimo, barbudo, conscientemente pueril...

Mi estancia en Shangri-La es de lo más agradable, como os iba contando. El otro día me lo pasé tremendamente en una terraza del pueblo. Mientras Gabinete Caligari tocaba una de Sisa, compartí mesa con Javier Reverte, Juan José Millás, Manolo Vázquez Montalbán y Jacinto Antón. Cuando mi vecino de habitación me dijo que vendrían sentí recelo, porque pensaba que iban a conducir el encuentro por derroteros distintos a los que Antón y yo seguimos, con lo bien que congeniamos. Pero nada de eso: Reverte y Millás no paraban de fumar porros, y fue curioso como el primero hacía bromas con su propio apellido al contarnos sus experiencias como reportero en zonas que estaban en guerra. Y Montalbán...¡cómo tragaba Montalbán!

El pub es un espectáculo cada noche. La mesa de los suramericanos es la que más gusto de escuchar. Me puedo pasar horas y horas, y no me cansaría nunca si no fuera por el humo que sale de sus cigarros liados. La de Faulkner, uno de mis favoritos por haberle robado el carácter a Hemingway, reconozco que es atractiva como pocas. Los invariables son ellos dos y Joyce, pero cuando se apuntan Proust, Salinger y Woolf la cosa se pone tan abierta y dinámica. Alguna noche ha llegado a haber una quincena de escritores alrededor de esa mesa, todos vociferando frases impolutas y construidas con precisión y minuciosidad. De Rulfo a la pareja García Márquez-Vargas Llosa, pasando por Juan Benet y Scott Fitzgerald, o por cuerpos extraños como Flaubert o Tolstoi, nadie deja pasar la ocasión de escuchar las discusiones sobre Por quién doblan las campanas, Ulysses o Los placeres y los días. Sobre En busca del tiempo perdido nunca discuten: se ha intentado un par de veces en lo que va de mes y Proust lo ha zanjado con más de media hora de monólogo sobre Combray, Swann u Odette. Una de las noches fue cómica: un cantautor de trabajada reputación confundió El viejo y el mar de Ernest con Las olas de Woolf. Virginia lo miró con una infinita paciencia en la mirada, y fue la única que no carcajeó. Esbozó una sonrisa tan inquietante como su novela, aquella que no volvería a confundir el artista.

El más guasón, con diferencia, es Cabrera Infante. Una tarde rojiza como cualquier otra, el cubano propuso a Leonard Cohen que cantara el Ojalá de Silvio Rodríguez, y acabamos los tres tomando unos Scotch Whiskies, anclados en la barra, pasadas las cinco de la madrugada, con el rojizo del alba. Cohen nos contaba una y otra vez cómo era Suzanne, y Cabrera Infante se descolgaba con un "se podría hacer una película de ella". Sus intentos por desviar el tema de conversación al cine siempre eran en balde, aunque un día le di un gustazo que ni se lo merecía:

Después de criticar un poco a Hemingway y su obsesión por las islas y los sanfermines, le hice creer que le llevaba a una sala para comentar su Tres Tristes Tigres. El cubano estaba muy asustado: su astucia siempre le hacía escapar de la crítica literaria, pero comentar su obra cumbre en una sala de un pueblo perdido en el Himalaya repleto de escritores y músicos -intuyo que temía más a los músicos, por la estridencia en la oratoria de algunos- podía resultar demasiado para su autoestima. Cuál fue su sorpresa cuando llegamos y aquello no era una sala de reuniones, sino una sala de proyecciones. Un cine.

Conseguí que asistieran el 90% de los huéspedes del hotel y todos los músicos menos uno o dos. Incluso vinieron Borges y Ray Charles. Todos juntos, asistimos a la proyección de la versión extendida de Amanece, que no es poco. El auditorio era una carcajada: hay que ver lo poco que les hace falta a los intelectuales para descojonarse. Sólo tienes que ponerle el chiste en un soporte del que tengan buen prejuicio, como los niños que sólo se comen la sopa si la pasta tiene forma de letras.

Al día siguiente, en los huertos de debajo de la carretera principal de Shangri-La empezaron a brotar hombres. La vista ahora es más espectacular si cabe: del paraíso terrenal, tan cercano al techo, al cielo, no sólo brotan plantas de colores y árboles de sequoia y boj, sino que ahora crecen hombres. Incluso me ha parecido ver uno semejante a mi, al que el Cigala y Drexler regaban con un Try Just a Little Bit Harder y Janis Joplin y Aretha Franklin animaban con un fandango.


NOTAS: Ayer pillé a Cortázar tocando las nubes, brincando a la pata coja. Gritaba "¡De la Tierra al Cielo!" como un infante. En el suelo, sólo él parecía ver una rayuela; en la pared que había tras él, sólo yo parecía ver el dibujo del Mándala.

Shangri-La me encanta, es el lugar perfecto a donde ir cuando llegan las vacaciones y no tienes un clavo para viajar.



Tau de Rec, del Galatea a Shangri-La.

1 comentario:

  1. ...traigo
    sangre
    de
    la
    tarde
    herida
    en
    la
    mano
    y
    una
    vela
    de
    mi
    corazón
    para
    invitarte
    y
    darte
    este
    alma
    que
    viene
    para
    compartir
    contigo
    tu
    bello
    blog
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    oro
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    dentro...


    desde mis
    HORAS ROTAS
    Y AULA DE PAZ


    TE SIGO TU BLOG




    CON saludos de la luna al
    reflejarse en el mar de la
    poesía...


    AFECTUOSAMENTE
    CAPTATIO BENEVOLENTIAE
    querido amigo estoy preparando para agosto una aventura poetizada de la perla negra en el caribe , espero sea de tu agrado ,saludos de ruta siempre en proa a la verdad, hecha tesoro...

    ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DEL FANTASMA DE LA OPERA, BLADE RUUNER Y CHOCOLATE.

    José
    Ramón...

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